La vida nunca está completa. Siempre falta algo. ¿Qué hacemos con eso que falta? ¿Lo vemos como un peso, como una deuda, o lo tomamos como motor?
¿Y si la falta no fuera un error sino la condición misma de vivir? No se trata de acumular lo que llena, sino de entender que el deseo nace justamente allí donde nada alcanza del todo.
¿Cómo sería una vida sin falta? Tal vez una vida sin movimiento. Si nada faltara, ¿habría deseo? ¿Habría amor, búsqueda, creación?
La falta incomoda, pero también abre. Nos recuerda que no todo está dicho, que siempre queda un resto por inventar. El ser no se define por lo que ya es, sino por lo que aún no logra ser.
Entonces, ¿es la falta un obstáculo o un camino? ¿Es un vacío que duele o la chispa que enciende el deseo? Quizás ambas cosas al mismo tiempo.
Lo importante es no esconderla. Cuando se la esconde, la falta se convierte en peso muerto. Cuando se la asume, se transforma en impulso.
El inconsciente insiste como un niño, recordando lo que no tenemos, lo que perdimos o lo que todavía no sabemos nombrar. ¿No es allí donde se juega también nuestra posibilidad de ser?
La falta en ser no es un problema que haya que resolver. Es la estructura misma de nuestra existencia. ¿Y si lo que más nos humaniza no fuera lo que tenemos, sino lo que nos falta?
Por Guillermo Simonini