Les Misérables
El Estado financió el negocio. Las casas se construyeron en la nada. El modelo colapsó y culparon a los que menos tienen. Hoy, a la decisión de regularizar, le llueve una bandada de cotorras.
Durante años, México se llenó de casas donde nadie debía vivir.
Fraccionamientos enteros en medio de la nada: sin transporte, sin escuelas, sin agua.
Puro bisne.
Constructoras apadrinadas por el poder hicieron lo que quisieron.
El Estado no sólo lo permitió. Lo financió. Lo celebró.
Y para muestra, un botón: cuando se acabó la línea de crédito, la estafa colapsó.
Las empresas que habían vivido del fraccionamiento sin ciudad no supieron competir.
Sucumbieron solas. No por el mercado, sino porque se les cortó el chorro.
Y cuando las casas se vaciaron, nadie se preguntó por qué. Lo escondieron bajo la alfombra.
Vendieron el cuento de la “descentralización”. Un plan sin ciudad. Un negocio sin comunidad. Un indicador más en una política nefasta, de pura simulación.
Y pregunto:
¿Alguno de los que hoy tuitea y difunde indignación fue a ver cómo se vive ahí?
¿Vieron el estado de abandono, la mugre o el olvido en que se vive?
No.
Porque no se parece a Polanco.
Ni a Las Lomas.
Ni a Metepec.
Ni a la Del Valle.
Por si tenían dudas.
Cuando vivir ahí se volvió imposible, la gente se fue.
Pero no todos eran paracaidistas. Muchos compraron legalmente. Hicieron sus trámites. Firmaron sus créditos. Confiaron en aquella autoridad.
Se aferraron a su sueño y mandato de ser “alguien” viajando hasta cinco o seis horas al día para sostenerlo.
Hasta que no pudieron más.
Las casas quedaron vacías. Muchas vandalizadas. En ruinas.
Y entonces llegaron otros.
Los que no tenían de otra.
Los que ocuparon el desperdicio, lo que ya nadie quería.
Sin escrituras. Sin servicios.
Intenten dimensionar ustedes la tamaña necesidad.
Como si hubieran elegido eso.
Como si vivir así pudiera ser una aspiración de alguien.
Como si el desastre hubiera sido diseñado por ellos mismos y no por las décadas infames que moldeamos todos, unos viendo para otro lado y otros siendo actores de la obra.
¿Cómo podemos siquiera señalarlos conociendo el nivel de privilegio que encarnamos?
Aquí es donde se suele hablarse de meritocracia, donde adornamos y exponemos un caso en un millón como si este fuera la regla. Desde donde nace el heroísmo de cada uno y lo solos que la hicimos; ese intento falaz de igualarnos para mostrarle al mundo que si yo lo logré seguro puede hacerlo cualquiera que se lo proponga. De “blurrear” las diferencias establecidas en la línea de salida.
Regularizar incomoda políticamente. Te echa opiniones encima.
Porque también obliga a reconocer que el sistema falló.
Y no cualquiera lo hace.
Este gobierno, con todo lo que queramos achacarle, lo hizo. Metió mano.
Abrió la puerta para que esas familias puedan comprar lo que habitan.
No para regalarles nada.
Sino para poner un paño tibio, cierto cuidado y dignidad donde siempre hubo cinismo. Por mí, por ti y por el bien de todos.
Y claro, se activó la maquinaria.
Los medios alinearon la partitura. El nado sincronizado.
Y muchos —sí, les misérables clase medieros— repitieron sin leer.
No podemos ser tan miserables como para seguir hablando de “ayuditas”.
Para seguir “pichicateando” el subsidio como si cargáramos el país en la espalda.
Para seguir llamando flojos a los que no tuvieron ni la mitad de nuestras oportunidades.
Y encima hacer la vista gorda cuando son explotados por aquellos que sí las tienen.
Porque si los empleadores pagaran sueldos dignos,
si el sistema no descansara sobre la miseria ajena,
no habría que remendar tanto.
El verdadero subsidio no está abajo. Está arriba. En los salarios de risa. En la evasión.
En todo aquello que entre todos debemos pagar para que unos 50 se compren yates.
Y acá es donde entras tú. Sí, tú.
El que reniega de la beca a estudiantes. El que opina sobre la pensión a las amas de casa con cara de “ya chole”. El que se indignó con la pensión a adultos mayores.
El que nunca vio a un patrón que no cumplía sus obligaciones sino a un trabajador que no aportaba.
Tú, que cuidas la mansión del dueño y duermes en el patio… Si, tú que probablemente estés más cerca de tu derecho de ir a pelear por tus 50 m² en Tecámac de lo que te identificas.
Mientras tanto, los medios que callaron cuando se construía sin sentido ahora se indignan. Se rasgan las vestiduras. Afinan su orquesta y obedecen.
Llevan siete años intentando imponer una narrativa que el voto les niega.
Y lo más grave: muchos repiten sin darse cuenta, se victimizan y apelan al neologismo de “Discriminación a la inversa”. Como si el crimen fuera que —por una vez— el estado mire hacia abajo.
Esto no es regalar casas.
Es rescatar el pacto social.
Y tu México, más el México de 35 millones 924 mil 518 personas más, votó por esto.
Así que, antes de compartir, lee, reflexiona y asegúrate de que realmente estás de acuerdo con lo que estás amplificando. Analiza el mensaje entre líneas.
Y no dejes de pensar jamás quién paga la tinta.
Por Guillermo Simonini Jacobacci.
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Les invito a ver el tratamiento a esta gran noticia:
El Universal
“Infonavit dará casas a invasores”
Latinus
“Regularizará gobierno viviendas invadidas; ‘premia’ al que toma lo ajeno”
El Financiero
“Invasores podrán quedarse con casas abandonadas”
El Informador
“Infonavit: Invasores tendrán la opción de comprar casas que allanaron”
La Silla Rota
“Infonavit permitirá a invasores quedarse con casas”